jueves, 18 abril 2024

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Las personas con discapacidad en la Iglesia

Obispo de Segorbe-Castellón

La Iglesia ha crecido y ha de seguir haciéndolo en el conocimiento y la comprensión de los dones y las necesidades de las personas con discapacidad para su inclusión en la comunidad cristiana. La Iglesia afirma la dignidad de todo ser humano y, por lo tanto, también de las personas con discapacidad física, mental o sensorial. Cada persona tiene sus capacidades y sus dones, aunque tenga limitaciones de algún tipo.

Para nuestra actitud y comportamiento hacia ellas, Jesús ha de ser siempre nuestro referente. El es el Hijo de Dios que ha venido a nuestro mundo para mostrarnos a todos el amor y la misericordia de Dios Padre. Nadie está excluido de la salvación de Dios. Es más, Jesús comienza su ministerio, diciendo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-20).

Las personas con discapacidad han de experimentar y vivir la salvación y la misericordia de Dios en el seno de las comunidades cristianas Uno de los rasgos más claros de Jesús fue su preferencia por los pobres y excluidos. Se acerca a ellos con una actitud fraterna, los acoge, los toca, los sana y los incorpora a la comunidad. Los evangelios subrayan la atención particular que Jesús dedicó a las personas con limitaciones personales y marginación social.

La preocupación y el comportamiento de la Iglesia hacia las personas con discapacidad surgen de la acción de Dios, que quiere que todos se salven y participen de su misma Vida. Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia reconoce que ellas son también destinatarias del Evangelio, están llamadas a la fe y a una vida plena. Toda persona es capaz de dar una respuesta de fe y crecer en santidad. Puede decirse que toda persona tiene el derecho, la posibilidad y el deber de ser evangelizada y de evangelizar. “Nadie puede negar los sacramentos a las personas con discapacidad”, pues “no son solo capaces de vivir una genuina experiencia de encuentro con Cristo, sino que son también capaces de testimoniarla a los demás” (Papa Francisco).

Las comunidades cristianas están llamadas no solo a cuidar de los más frágiles, sino a reconocer en ellos la presencia de Jesús. Esto requiere una doble atención: la educación en la fe de la persona con discapacidad, incluso muy grave y gravísima; y su consideración como sujeto activo en la comunidad en la que vive. Ellas están llamadas a celebrar sacramentalmente su vida de fe y a participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, según los dones recibidos de Dios y el estado en que se encuentran.

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