jueves, 28 marzo 2024

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8M: CÓMO HEMOS CAMBIADO

La fiscal de violencia de Género y escritora, Susana Gisbert, reflexiona sobre los avances conseguidos por las mujeres con motivo del 8 de marzo, Día de la Mujer

Este año, conforme se iba acercando el 8 de marzo, no he podido quitarme de la cabeza la tan conocida melodía de Presuntos Implicados. Cómo hemos cambiado.

Y no es para menos. Solo con echar la vista atrás nos encontramos con situaciones que ahora nos parecen mentira. No hace ni cincuenta años de que las mujeres pudimos, por fin, hacer cosas tan sencillas pero tan importantes como abrir una cuenta bancara, alquilar un piso o viajar al extranjero sin consentimiento de maridos o padres. Pocos años antes, habían tomado posesión las primeras mujeres que se convirtieron en jueces, fiscales o policías porque antes la ley se lo impedía.

Ni siquiera hace veinte años que la violencia de género, ese enemigo invisible de tantas generaciones de mujeres, tomaba carta de naturaleza en nuestra ley y se convertía en un delito verdaderamente público, al tiempo que se dotaba a las mujeres que lo sufrían de mecanismos de protección de herramientas para salir adelante.

Hace poco más de quince años la igualdad efectiva entre hombres y mujeres pasaba de ser un derecho contemplado en la Constitución a ser una realidad plasmada en la ley. Y hace trece se nos reconocía el derecho a abortar sin tener que acreditar una causa tasada para hacerlo, por más que el Tribunal Constitucional acabe de bendecirlo.

Hace veinte años, un programa de humor donde se hacía mofa del maltrato no nos llamaba la atención, como no la llamaba hace cincuenta que en una película para todos los públicos como “Sor Citröen” se hiciera otro tanto. Eran los tiempos en que los anuncios de televisión decían que una bebida era cosa de hombres como si eso fuera el no va más, y las mujeres limpiaban y cocinaban las cosas que sus mariditos ensuciaban y comían sin perder la sonrisa.

Pero todo eso ha pasado, y hoy podemos sonreír recordando todos los obstáculos que hemos ido dejando atrás en esta carrera por la igualdad. Pero no echemos aun las campanas al vuelo y sigamos recordando. La última manifestación del 8 de marzo antes de la pandemia, esa a la que echaron la culpa de que el virus se expandiera como si no lo hiciera en estadios de fútbol, plazas de toros, colegios, o teatros, fue multitudinaria. Miles de mujeres, y también de hombres, de todos los estratos sociales y todas las procedencias se unían para reclamar la igualdad en una estampa que ignorábamos que tardaríamos en volver a ver…si es que alguna vez vuelve.

Porque primero fue la fuerza mayor que nos trajo el coronavirus, que era inevitable. Pero ahora es la desunión y el desencuentro, que es y debería ser evitable. Se discute por cosas que, con ser de importancia, no lo son más que el machismo, ese enemigo común que nos debería seguir uniendo y que aprovecha las rendijas de los conflictos para colarse en nuestras vidas.

Mientras nos entretenemos en desencuentros, nuestra juventud está cada día más alejada, a gran parte de ella no le preocupan los derechos de las mujeres, ni la igualdad, y se dejan llevar por modas donde la discriminación campa a sus anchas. Hoy día hay muchos jóvenes que niegan la existencia de la violencia de género y repiten a pies juntillas las consignas que algunos interesados quieren venderles.

Estos temas han dejado de ser objeto de consenso para convertirse en el centro de la lucha por un puñado de votos, de esos votos que parecen justificarlo todo.

Así que, si pensamos en cómo hemos cambiado en lo que a igualdad se refiere, parémonos un poco a pensar antes de ponernos a echar cohetes. Porque, según la mirada retrospectiva se acerca más a nuestros días, aumentan los motivos de preocupación. Algo tan peligroso como triste.

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