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Llíria está situada al noroeste de la provincia de Valencia, a 25 km de Valencia. Es la capital de la comarca del Camp de Túria. Su término municipal (229,82 km2) es uno de los más grandes en extensión de la Comunitat Valenciana y presenta un paisaje de contraste entre una zona montañosa que pertenece a los primeros contrafuertes de la sierra Calderona y la zona de huerta del margen izquierdo de la ribera del río Turia.

Goza de un excepcional patrimonio histórico cultural y es, además de una ciudad histórica, una ciudad con mucha tradición musical, siendo conocida como “La Ciudad de la Música”. Alberga uno de los conjuntos arqueológicos y monumentales más significativos de toda la Comunitat Valenciana. Estas dos características la convierten en toda una “Sinfonía de Culturas”  tanto para los llirianos como para sus visitantes.

Historia

Los vestigios más antiguos en el término de Liria se remontan a finales del Paleolítico superior. En el Eneolítico hubo un importante poblado en el puntal de la rambla Castellarda, que debió perdurar hasta los primeros tiempos del Bronce, época esta de la que se conocen restos en la Torreta y la Cova del Cavall, y varios poblados en el Castillarejo de Peñarroya, en la Lloma del Camí del Cavall, en el Tosal de San Miguel (Tossal de Sant Miquel) y en la Cova Foradà, todos con ocupación posterior durante el iberismo e incluso la romanización, con especial importancia de los dos últimos, que han sido declarados BIC.8​

Edad de bronce

La actual ciudad de Liria tiene sus raíces en la Edad del Bronce, en el establecimiento que hacia la mitad del II milenio a. C. hubo en el cerro de San Miguel. Este se vio continuado en el poblado ibérico de Edeta-Lauro, capital de la Edetania.

Su importancia política y económica, así como su posición estratégica, le hizo desempeñar un papel importante en las guerras civiles romanas. Ya en época romana, y por permanecer fiel a la facción republicana, fue destruida por las tropas de Sertorio en el año 76 a. C., razón por la cual sus habitantes se trasladaron al llano y edificaron una nueva ciudad con rasgos plenamente romanos. La importancia de Edeta fue primordial durante los siglos i y ii, mientras que el descenso iniciado en el siglo iii y acentuado en los posteriores pudo ser consecuencia paralela al crecimiento de Valentia.

Edad Media

Durante la época visigoda, las termas de Mura se reutilizan como monasterio cristiano, aunque durante el siglo vii el asentamiento del Pla de l’Arc se abandona totalmente.​ Con la dominación de los andalusíes se perfeccionaron las acequias y el sistema de riegos de la huerta de Liria. En el aspecto político fue sede residencial del Cadí, especie de juez o magistrado de la ley musulmana, designado directamente por el califa. En el año 1090, al negarse Al-Mustain a pagar el tributo de 2000 dinares correspondientes a las parias, el Cid sitió la ciudad. Durante el sitio, el Cid recibió una carta de la reina Constanza, esposa de Alfonso VI, que le aseguraba el perdón de su marido si se incorporaba a la expedición del rey castellano preparada contra los almorávides en Andalucía, por lo que abandonó el sitio sin tomarla.

Jaime I tomó la ciudad en 1238, donándola al infante Fernando. Hacia los años 1248 y 1249 tuvo lugar un repartimiento de tierras y la subsiguiente repoblación con cristianos viejos, hecho que confinó a los musulmanes al lugar de Benisanó. Aunque Liria fue villa real siempre, tuvo varios señoríos como los de María Fernández en 1293, el del infante Juan desde 1337 y el del infante Raimundo Berenguer desde 1339. El último señor sería el infante Martín.​

Durante las guerras de la Unión, Liria tomó partido del rey. En la guerra entre los dos Pedros fue conquistada por el castellano Pedro I el Cruel en 1363. En junio de 1364, Pedro el Ceremonioso se dirigió hacia Liria con ánimo de recuperarla. La expulsión de los moriscos en 1609, no le afectó mucho puesto que su población estaba integrada casi exclusivamente por cristianos viejos.

Guerra de Sucesión

Terminada la Guerra de Sucesión, el rey Felipe V, para premiar los servicios del duque de Berwick, vencedor en Almansa, creó el ducado de Liria y se lo concedió. El primer duque, Jacobo Fitz-James Stuart, era hijo de Jacobo II, rey de Inglaterra, quien le había nombrado duque de Berwick y virrey de Irlanda. Fue mariscal de Francia y capitán general de España durante la guerra de Sucesión. El tercer duque de Liria, Jacobo Felipe Fitz-James Stuart y Silva, casó con María Teresa de Silva y Haro, duquesa de Alba. A partir de este momento, el título de duque de Liria, pasa a manos de la Casa de Alba, estando en posesión en la actualidad por Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo.

Siglo XVIII

Empezado el siglo XVIII la política fisiocrática de los Borbones dio lugar a un avance espectacular de la agricultura liriana. En épocas posteriores, durante la guerra de la Independencia, la población abandonó el casco urbano y se refugió en los montes. Las tropas francesas ocuparon la villa desde 1810 a 1813 y se hicieron fuertes en el santuario de San Miguel.

Siglo XIX

Liria fue saqueada durante la guerra civil de 1836 por las tropas carlistas de Cabrera en numerosas ocasiones. En 1887, por real decreto, se concedió a Liria el título de ciudad.

Gastronomía

La cocina de Llíria mantiene, lógicamente, las características de la típica cocina valenciana, de la cual constituyen la base los arroces, las verduras y la carne. La cocina de arroz es variada: el arroz al horno, el arroz con acelgas «arròs en bledes» (anualmente se celebra un certamen gastronómico dirigido a profesionales, para promocionar este plato) y la paella de carne destacan como platos más conocidos. La carne proveniente de la caza, el cordero y los embutidos son muy apreciados por la calidad que tienen.

Hortalizas, legumbres, verduras y tubérculos que se consumen en la ciudad proceden mayoritariamente de la rica huerta de Llíria. Son en la actualidad los cítricos, y en especial la naranja, los productos referentes del actual campo liriano y constituyen buena parte de su economía.

Repostería de Llíria brilla por su exquisitez. No en vano muchos de sus hornos y pastelerías aún conservan los sistemas tradicionales de elaboración.

A cada temporada, a cada estación del año, le corresponde unos pasteles específicos: En Navidad se degustan los pastelitos de boniato, las tortas finas, los mazapanes y los turrones; en primavera es el momento de los bizcochos y los besos de novia hechos con clara de huevo y almendra cocida; en Pascua se comen los típicos panquemaos, la tradicional mona con su huevo duro, la torta de nueces y pasas, el «primet de llimonà», la torta de Onil y las tortas de tocino y sardina; en verano, cuando el día alarga y el apetito se despierta, es tradición degustar las tortas de tomate, las tortas de pimiento y anchoa, y como dulces, flan y el pastel de yema, y en San Miguel los congrets hechos con aceite y anís.